Ayer, en el blog denominado Traspasando la línea del periódico EL PAIS online publiqué una entrada titulada «Universidades de piedra con campus en la nube» que escribí por encargo del coordinador de dicho blog, Albert Sangrá, donde critico que las universidades tradicionales, a pesar de los importantes avances que han realizado con relación a la incorporación de las TIC en la enseñanza, todavía siguen manteniendo un modelo organizativo del tiempo y del espacio docente rígido y similar al existente en el siglo pasado.
Reproduzco, a continuación, dicho texto tal como fue publicado.
Las universidades, al igual que las catedrales, tienen su origen a finales de la Edad Media y ambas instituciones siempre tuvieron querencia por los grandes edificios de piedra. Estas edificaciones siempre eran monumentales y grandiosas como si quisieran transmitirnos que el saber que había en ellos fuera estable, sólido y eterno.
La sociedad del presente es cambiante, fluida y líquida -por utilizar la conocida metáfora deZ. Bauman– y las universidades en su afán por adaptarse a las nuevas exigencias de la sociedad digital, han realizado un notorio esfuerzo de integración de las TIC (Tecnologías de la Información y Comunicación) en su funcionamiento y organización. Actualmente cualquier universidad posee, además de sus edificios de piedra y cemento, de un portal o sitio web en Internet donde se puede realizar la matrícula electrónica, la consulta de calificaciones y expediente académico de los estudiantes, el acceso a sus fondos bibliográficos o la cumplimentación de los trámites administrativos sin necesidad de acudir a las oficinas físicas de la universidad. Es decir, la universidad también es visible y está presente en la nube o ciberespacio.
Estas universidades (llamadas presenciales porque la impartición de la docencia requiere el encuentro físico o presencial en un aula entre el profesor y sus alumnos) también disponen de lo que se conoce como “campus virtual” donde las actividades de enseñanza y aprendizaje de cualquier asignatura de una titulación pueden desarrollarse de forma online. El último informe de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas,UNIVERSITIC, nos señala que casi el 90% de profesores y estudiantes ya utilizan estos campus virtuales. Pero, a pesar de estos enormes avances realizados en los últimos diez años en España, muchos de los mismos podemos caracterizarlos como meramente epidérmicos o formales.
Curiosamente se ha incrementado el tiempo en que los estudiantes deben estar dentro de los espacios físicos de su universidad. Los nuevos grados y ECTS obligan a tener que realizar numerosas y diversificadas actividades docentes (exposiciones magistrales, seminarios, tutorías, demostraciones, prácticas,…) bajo un estricto horario donde deben impartirse presencialmente estas enseñanzas. Si se analiza el horario académico se podrá comprobar que un estudiante tiene que estar diariamente cinco o seis horas en un aula o espacio físico del edificio universitario y si no está, le ponen falta.
Hay universidades donde incluso la docencia virtual está reglamentada para que sea “impartida” siguiendo el modelo de horario tradicional. Es decir, el profesorado –si dispone de un espacio virtual para su docencia- tiene que señalar en la guía docente de su asignatura el día y hora en que la misma se cursa de forma virtual. E incluso las horas concretas semanales en el que dicho profesor desarrolla tutoría online. ¿Cómo es posible querer establecer un horario rígido y acotado de la actividad docente y aprendizaje en espacios virtuales si precisamente el potencial de las TIC es ofrecer autonomía y comunicación a los estudiantes 24h/7d? Intuyo que en los responsables y gestores de muchas universidades de nuestro país sigue perviviendo una cierta obsesión por el control del tiempo y el espacio docente. Dicho de otro modo, siguen manteniendo en sus creencias un modelo de organización de la enseñanza propio de la universidad de piedra poco acorde con esta época digital.
El concepto de “horario”, es decir, de la asignación de segmentos de tiempo predefinidos para la oferta de servicios ubicados en lugares o espacios físicos está vinculado con un modelo de sociedad atada al territorio y organizada industrialmente. La aplicación del concepto de “horario” (según la RAE, “Cuadro indicador de las horas en que deben ejecutarse determinadas actividades”) al ciberespacio carece totalmente de utilidad y significado. Precisamente, la deslocalización y la atemporalidad son los rasgos que mejor definen al ecosistema digital y sería ridículo intentar organizar los servicios web con un horario cerrado. ¿Se imaginan que hubiera portales web, blogs, redes sociales o cualquier otro servicio de Internet que solo funcionaran o estuvieran disponibles en determinadas horas o momentos de una jornada? Además ¿en función de que uso horario del planeta?
Las universidades llamadas presenciales, a pesar de disponer y apoyar sus enseñanzas a través de campus virtuales, siguen configurando la organización de la docencia tal como se hacía hace cien años atrás: es decir, asignando determinados espacios físicos o aulas para ser ocupados por un profesor y grupo de estudiantes en días y horas concretas e inamovibles durante las semanas que dura la docencia. La novedad es que, hoy en día, además cuentan con un aula virtual a modo de apéndice o complemento.
Desde mi punto de vista el reto para las universidades presenciales debiera ser flexibilizar y reinventar nuevos modelos de organización espacio-temporal de la docencia. Sugiero que, en vez de existir un único horario oficial donde todas las asignaturas tengan la misma estructura organizativa de tiempo y espacio en función del tamaño de sus créditos, puedan coexistir variabilidad de tiempos y lugares en función de las necesidades de aprendizaje y del planteamiento o proyecto pedagógico de cada materia. Lo que propongo tiene que ver con nuevos modelos educativos que adoptan nombres como aprendizaje entremezclado(blended learning), enseñanza al revés (flip teaching), aprendizaje ubicuo (ubiquitous learning) o aprendizaje sin fisuras (seamless learning), entre otros. Evidentemente esto implica desafiar, cuestionar y transformar el actual modelo de organización académica de las titulaciones de educación superior en las universidades de enseñanza presencial. El reto es reinventar la docencia universitaria. Para lograrlo, entre otras medidas, es necesario cambiar urgentemente el pensamiento de muchos docentes y gobernantes universitarios que parece que habitan en los tiempos de los edificios medievales de piedra más que en los territorios líquidos del ciberespacio.